7.4. Diseño de la investigación
7.4.1. Esquema gráfico
7.4.2. El rol de la investigadora en el grupo y cuestiones sobre la ética en el proceso
7.4.2.1. El rol de la investigadora en el grupo
Siguiendo a Angrosino (2012) , los roles de la investigadora en un proceso se pueden definir desde el punto de vista de la pertenencia al grupo, en este sentido dice: “la investigación en el que el investigadora adopta uno de estos roles de pertenencia (al grupo) puede denominarse observación participante” (p. 70-74).
Por lo tanto, mi rol en la investigación es el de “observadora participante”, pero no obviando las diferentes fases del proceso desde donde me he ubicado como participante completo como “aquel que se funde del todo en el entorno y se implica por entero con las personas y sus actividades “, o como participante como observador que “se integra de manera plena en el grupo que estudia y está comprometido con las personas, sin embargo, sus actividades como investigador se reconocen”. Este último ha sido el modo adoptado principalmente en la toma de datos que se recoge en el capítulo 9 de la investigación: las conversaciones y la semana de investigación intensiva de Azala.
7.4.2.2. Cuestiones sobre la ética en el proceso
Una de las principales dificultades que he encontrado en la elaboración y redacción de esta tesis, son los dilemas de tipo ético que tienen que ver con la autoría del estudio por un lado, y la presumible utilización de las personas con fines de investigación por otro.
Esta tesis, como he intentado aclarar en varios lugares del escrito, es fruto del trabajo compartido por el grupo, pero además no hubiera sido posible conceptualmente sin el artista Chus Domínguez y en este sentido entiendo que la investigación de este tipo de proyectos mejoraría considerablemente si se hace en común, se comparte y se contrasta en el mismo proceso de escritura.
Por otro lado, el situarme desde “la observación de la participación” y alejarme de los aspectos de la evolución o mejora de los contextos personales de opresión, me ha hecho pensar en el riesgo de la utilización de las personas (que en este caso se hallan en contextos de fragilidad extrema) con fines de investigación, sin estar segura de qué es lo que desde “mi” investigación puedo devolver al grupo.
En Augé (2007, pp. 51-55) encuentro algunas claves interesantes con las que continuar el trabajo desde la afirmación de que “el antropólogo no traduce, transpone, y en mi opinión tiene razón en hacerlo” (p. 52) y a continuación rechaza las dos principales críticas que se puede achacar a este tipo de investigaciones etnográficas, por un lado, el asignar a la literatura antropológica la categoría de ficción, y por otro el moralismo que objeta el atrevimiento de atreverse a hablar de los demás en el lugar de los demás. Sobre el primer punto, nos alerta sobre el hecho de denegar o relativizar la pertinencia referencial de la antropología puesto que todo texto escrito es construido, todo texto es una ficción, pero eso no invalida su carácter científico.
En cuanto a la crítica moralista sobre la pertinencia del antropólogo a hablar de otros, de más interés en el capítulo que nos ocupa, Augé reacciona ante las críticas poscoloniales que rebaten los estudios clásicos de la antropología, para decirnos: “¿Acaso no escribimos de ahora en adelante ante la mirada de aquellos que describimos?” (p. 54). Para Augé, si no nos atrevemos a reformular la escritura antropológica, “estamos condenados al arrepentimiento y la prudencia, cuando no al silencio” (Ibídem.).