El trabajo en el departamento educativo de un museo, es tal vez un sitio idóneo para la investigación con grupos, es el espacio más social del museo, el nudo mediador con la comunidad. El cómo se plantee esta relación, el estilo, los modos, y los propósitos de fondo, son los que determinan el tipo de investigación que puedes poner en práctica.
Entiendo la investigación sobre las prácticas como la exposición razonada de los aprendizajes llevados a cabo en un proyecto, que en este caso, La Rara troupe, aún está vivo. Por lo tanto, al igual que el proyecto, esta investigación queda abierta, es flexible, incompleta y se encuentra en proceso.
Comienzo a trabajar en el museo en el año 2003, al principio a través de una Beca de Gestión Cultural que me otorgan por un pre proyecto de lo que podría ser el departamento educativo del MUSAC, un borrador que denomino “Zona de conflicto” [-> doc. 1]. En paralelo, me apoyo con los libros que considero básicos para definir el proyecto educativo del museo, entre ellos están Paulo Freire y sus ya clásicos Pedagogía del oprimido o La educación como práctica de la libertad, pero también docentes de la Facultad de Bellas Artes de Barcelona además de otros profesionales del ámbito nacional o internacional. De este modo, Carla Padró, Aida Sánchez de Serdio, Javier Rodrigo, Carmen Mörsch o Eva Sturm, se convierten en referencias fundamentales de las que aprendo a través de seminarios y jornadas sobre pedagogías críticas. De particular interés para mi formación fue el seminario Prácticas Dialógicas I, intersecciones de la pedagogía critica y la museología crítica que tuvo lugar en el museo de arte moderno y contemporáneo EsBaluard en el año 2006 (Rodrigo, 2007).
Poco a poco me voy introduciendo en un lugar inesperado, el de la práctica educativa donde podía conjugar mis aspiraciones personales, políticas y sociales, con un trabajo profesional de primer orden como responsable de un departamento educativo en un museo de nueva creación que emerge del “boom” cultural especulativo de comienzos del milenio en territorio español, y por tanto, con una holgada dotación presupuestaria en sus primeros años.
Aun así, lo más importante en estos comienzos fueron las ganas del equipo director de experimentar en otros modelos museológicos alternativos a los oficiales.
El museo nos ofrece además, como contenedor de arte vivo, la posibilidad de tener encuentros con los artistas, críticos y otros profesionales y referentes de los estudios culturales a nivel internacional. Nos abre la posibilidad, a mí y a las personas que formaban parte de mi equipo de trabajo, de participar en el debate y la reflexión en torno a lo que significa la mediación en un museo.
Conceptos como esfera pública, educación crítica y transformación social, empiezan a resonar en nuestra cabeza, junto con los de biopolítica, capital simbólico o colonialismo cultural entre muchos otros.
Mientras tanto observamos la incoherencia y contradicción continua a la que se ven abocadas muchas de las propuestas llamadas críticas que se presentan en las salas del museo. Propuestas que cuestionan el capitalismo, el régimen patriarcal, las guerras, las injusticias de clase, género, raza… a la vez que las condiciones de producción, exhibición y difusión de esas exposiciones, reafirman y consolidad las desigualdades que denuncian.
En otras ocasiones ni tan siquiera hay crítica, hay más un despliegue de medios en pro de la participación lúdica de los públicos o intentos de implicar a las comunidades en las obras, ahora llamadas “dispositivos relacionales” (Bourriaud, 2008, p. 33) del museo.
Entonces, comienzas a entender el arte en su contexto, en su tiempo, y en las relaciones sociopolíticas y económicas en que tiene lugar, empiezas a adoptar un análisis antropológico del arte y entiendes el museo como un escenario donde se mueven los hilos del coleccionismo, las ferias de arte internacional, los lobbies de poder entre curadores, críticos, directores de museos, etcétera.
Poco a poco comienza el primer giro, que se tiene que efectuar sobre ti misma, te comienzas a desplazar hasta encontrarte situada desde el otro lado de las salas de exposición, con las personas, y empiezas a entender tu lugar en el museo como aquel que se alía en la promoción de un otro espacio para el arte desde el departamento educativo del museo.
Esta tesis, por tanto, no va a ser un estudio académico ortodoxo, no va a narrar de una manera ordenada y presumiblemente objetiva un caso de estudio, sino más bien va a ser la deriva por los propios aprendizajes que el proyecto ha generado en el grupo, y en cada uno de los que formamos parte, por lo tanto también será la deriva por mi propia experiencia como ¿educadora, mediadora? ¿investigadora, aprendiz? ¿artista, productora cultural?, me he visto de múltiples maneras dentro del proyecto y me gustaría que así siguiera siendo.
Por ello, descubrir a Jennifer Springgay y a Rita Irwin y las metodologías híbridas que ellas proponen, han sido igual de importantes que las metodologías cualitativas de la investigación-acción participativa, a las que llego fundamentalmente por las aportaciones realizadas desde la sociología al estudio de los grupos por Jesús Ibáñez y Tomas R. Villasante.
Desde ahí, y desde aquí, voy a relatar mi experiencia, una que se vive en compañía con los otros y de la que intento disfrutar al estar convencida de que encontrar las maneras de poner el arte en actos, es un proceso educativo que rebosa creatividad y ofrece esperanzas para una práctica artística comprometida con la transformación social.